martes, 26 de junio de 2012

Día 60. Comida voladora.

Por circunstancias de la vida y asuntos técnicos, he tenido que descolgar por un rato el nido que puse hace muuuuuuchos años en una de las paredes de la azotea. Dentro había dos polluelos, ya bien creciditos, de gorrión. Los pequeños aventureros, sin pensárselo dos veces, se tiraron desde el nido y se pusieron a revolotear por allí. Cris, como buen felino, estaba alerta y, si no me ando rápido, casi se zampa a uno de los infantes voladores que, en su huida desenfrenada, se chocó contra la guarida del tigre. No es la primera vez que veo la reacción instintiva de un gato doméstico ya que las dos mías, y en especial Azul, se convierten en auténticas panteras cuando huelen/ven comida viva de un tamaño acorde a sus dimensiones gatunas. En el caso de Cris, era de esperar pero me pilló de sorpresa y, bueno, tuve suerte y pude salvar al avecilla. Cogí a los dos gorriones y los puse en una jaulita para pájaros hasta que pude devolverlos a su casita, en la pared.

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